Caminaba por las calles de la ciudad paseando por el barrio hindú, con esos colores, sabores y olores característicos, que despiertan los sentidos. Unas calles más adelante entraría en el barrio musulmán. Ya me conocían. Me dejaban pasar en la acera y me acompañaron donde sería mi destino, al encuentro con Amir.
Vamos a su piso y al llegar nos ponemos a hablar de sus preguntas sobre el Islam y el Cristianismo. Hablamos. Así comenzaba la clase, de ese día, del catecismo para adultos.
Pasados unos minutos de estar recorriendo el misterio de Jesús, noto que Amir se pone nervioso al escuchar unos ruidos y mira por la ventana.
A los pocos segundos entran dos hombres que nos llevan hacia una pequeña habitación. Amir habla con ellos en su idioma, le golpean y creí ver un cuchillo que le traspasaba el abdomen. El otro sujeto me coge y me sujeta contra la pared. Cierro los ojos.
No sabía qué pasaba, pero estaba tranquilo. El sujeto comienza suavemente a acariciar mi cabeza con un líquido que al inicio identifique como agua y dije por dentro: Jesús, me está bautizando!. Pocos segundos después me di cuenta que era aceite y dije por dentro: Jesús, me está ungiendo!. Y me pregunte: que significa esto?.
Un rayo suave de conciencia me hizo entender que me encenderían fuego, que sería inmolado. En paz, con los ojos cerrados, y creo que sonriendo, le dije a Jesús: Nos vemos en un rato, mi Señor. Me dije al mismo tiempo a mi mismo: Tranquilo, solo será unos minutos y TODO pasará.
Las llamas comenzaron por mi mano derecha. Dolía?, si, pero yo ya estaba disfrutando del DESPUÉS. Volví a decir: Jesús, ya estoy llendo para alla!.
Pero Jesús me dijo: Te quiero amando la vida, no quiero de ti el martirio. VIVE!.
Allí abrí los ojos, apagué el fuego y sin violencia pero, por su reacción, se ve que con autoridad, los aparte de mi camino y me dirigí tranquilamente a la salida sin mirar detrás. Me pregunté en el salón si debía volver por Amir. Comprendí que no, que todo estaría bien y abrí la puerta para salir del piso.
Apenas cerré la puerta me di cuenta que todo eso que había vivido tan real, pues era un sueño. Que Norberto estaba durmiendo y soñando esto. Tuve una doble tristeza.
Mi aceptación del martirio había sido recibida con alegría por Jesús pero, en el acto y a último momento, cambió SU voluntad. Y, además, todo esto tan real al final era un sueño. Dije para mis adentros: Norberto, abre los ojos. Y allí me desperté a mi vida.
El día del viernes siguió su curso con todos esos regalos y servicios que últimamente la vida me está dando.
Llegada la noche, me fui a dormir tarde.
Me desperté igualmente a las 3:15, como todos los días. Me puse el habito y salí de mi celda para pasar por el servicio antes de ir a la iglesia para el rezo de Vigilias. En la base de las escaleras cogí mi capa. Por suerte la tenemos y con placer se usa en estos dias de comienzo del invierno. La Iglesia del monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles es muy grande y fría en estas épocas y, a estas horas, mucho más.
Me llamó la atención cómo me miraban los hermanos. Sonrisas, complicidad, alguno que otro se veía que agradecía a Dios al verme. La sensación era de la alegría de la llegada del hijo pródigo. Aún el abrazo del padre Abad al verme fue extraño y también sus palabras que rompían el silencio nocturno: Haz vuelto!!! ... pero nunca te has ido.
Allí me di cuenta: estaba soñando y, en sueños, había vuelto a visitarlos.
Simplemente me dispuse a disfrutar de cada detalle: de los ladrillos de la pared de la iglesia tocándolos nuevamente con mis manos, del padre S. que paso sonriéndome (uno de mis testigos de mi consagración a María), del hermano J. que me guiñó el ojo, de entrar al coro y saludar al Santísimo (a la usanza Trapense que aún hoy uso), coger mi asiento del coro, acomodar los libros y comenzar a cantar a mi Dios.
Pasados unos salmos, sabiendo que era un sueño y recordando que tomé la decisión de hacer del mundo mi claustro, me despedí del olor a humedad de la capilla, del tacto del habito sobre mi cuerpo y me desperté.
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