No del misterio de Jesús, sino del "nuestro".
Una gran olvidada del misterio crístico que reside en cada cristianx.
Mientras que, apegadxs a los rituales, apuntamos a la sola transformación de las formas, es nuestro consentimiento a la gracia lo que apunta a la transfiguración del SER.
Y solo así, con el rompimiento de nuestras formas, es cuando Dios se hace presente en nuestra vida.
La inhabitación trinitaria en nosotrxs crea y recrea su misterio en el interior de nuestra alma. Pero no solo el alma es la transformada sino nuestro SER humano que, en constante desarrollo, vence las limitaciones de la naturaleza para encarnar este misterio.
Si la Anunciación nos enseña de la posibilidad de nuestro “SI” a la gracia para hacer que “La Palabra” se haga carne en nosotrxs; si la Resurrección nos enseña que el dolor y el sacrificio tiene un sentido y una recompensa; es la Transfiguración la que enseña, a lxs jóvenes adultos en la fe, sobre la multiplicidad y unidad de los rostros de Dios, la unidad en la multiplicidad a la que estamos llamados y la residencia de esa fuerza transformante, que es Dios mismo, en nosotrxs. Esta residencia en nosotrxs del huésped divino nos lleva a la conversión constante y a la búsqueda de la Luz de Dios en nosotrxs y en el mundo.
Crecimiento como espirituales, crecimiento como humanos en mente-emoción y madurez transformante de nuestra naturaleza carnal en el esplendor de todas sus potencialidades de expresión.
Que esta Luz, que todo lo transforma, crezca en nosotrxs y que, en nuestro servicio como cristianxs, cualquiera pueda ver nuestras manos brillar.
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