En la vida encontramos innumerables misterios (la vida en si es un misterio).
Vamos aprendiendo a medida que pasan los días, crecemos, experimentamos y, si todo sale bien, maduramos.
No nacemos sabiendo VIVIR. Absorbemos aprendizajes de nuestros progenitores, de la gente que nos rodea y de los sistemas educativos normalizados.
En medio de esto tenemos nuestras propias experiencias donde intentamos aplicar aquello que hemos absorbido. A veces funciona y a veces no. Así es cuando llega un punto en que terminamos confundidos y, a veces, ni siquiera somos conscientes de ello.
En medio de esa confusión es cuando intentamos hacer lo mejor posible y tomamos decisiones. Algunas de ellas nos alegran pero otras se van acumulando en nuestras espaldas al ver los resultados. Reproches, quejas y culpas comienzan a resurgir en nosotrxs para ir amargándonos de a poco.
No tomamos estas experiencias como aprendizajes sino como fracasos. Y comenzamos a desconocernos, desconocer quienes somos y desconocer el mundo que nos rodea.
Nos olvidamos que aquello que hemos hecho es lo mejor que consideramos hacer conforme la informacion, y formación, que teníamos en esos momentos. Lamentablemente esto se vuelve un circulo vicioso que repetimos hasta que nos llega la gran comprensión: podemos tomar las riendas, prevenir, informarnos, y formarnos, para que esto suceda.
No hay nada oculto en este misterio de VIVIR sino lo desconocido temporalmente.
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