jueves, 9 de marzo de 2017

Con todo el amor que puedo ...

Hoy 9 de marzo he decidido dejar esta cuaresma de lado.
Hoy 9 de marzo quiero aparcar la cuaresma para vivir con gozo el recuerdo de otro 9 de marzo de otra Cuaresma.
Ese día, hace años, ingresé en el monasterio Nuestra Señora de los Ángeles de la orden O.C.S.O.(Ordo Cisterciensis Strictioris Observantiae, Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, llamados Trapenses) en la localidad de Azul, Argentina.
Esa noche ya, comenzó el camino que me convirtió en el HERMANO CRISTIANO, mi nombre religioso.
Una entrada en la vida religiosa que hizo que esa cuaresma comenzara 6 meses antes de esa fecha, donde dejé padre, madre, hermanos, hermanas, amigxs, bienes, fama, gloria, al mundo y todo lo que había y tenía en él. Una decisión de la que nunca me arrepentí como tampoco me arrepentí de abandonarlo años después. 
Ambas decisiones cumplieron con la voluntad de Dios, lo único importante. 
Pero solo Él sabe lo feliz que fue mi alma en ese tiempo. Pero no dejé el claustro ni la cuaresma de ese día,solo amplié mi celda y así, hoy, mi claustro es el mundo y mi vida una cuaresma de conversión para volver a vivir, pero ya en otra vida, la felicidad que viví en esos años.
Nunca olvidaré esa tarde noche, bajando de la camioneta que trasladaba a los visitantes desde la estación de bus hasta el monasterio en un viaje de 30 minutos. Allí estaba yo, lo había dejado todo por una llamada de lo más loca, de lo más irrisoria, de lo más doliente y de lo más liberadora. Lo dejé todo por Dios y no fue la primera vez y no fue la última. 
Solo que cada vez ese TODO es diferente. 
Minutos antes de bajar de la camioneta, yo me había mantenido en silencio, un huésped (como yo lo fui tantas veces) me dio conversación. Más bien me pidió que le escuchara sus expectativas, deseos y necesidades que proyectaba en el retiro espiritual de casi 3 días que estaba por comenzar. Cuando al fin le escuché me preguntó por mí y simplemente le dije que hacía mi ingreso. Me miró como si hubiera visto a JESÚS mismo y, titubeante pero decidido, sacó de su cuello una cadena y me regaló su colgante. Me dijo que tenía un gran valor para él y que quería que esa medalla y todo el valor que para él tenía, me acompañara en esta nueva etapa que comenzaba en mi vida. 
Esa medalla era El Cristo de San Damiano, el mismo Cristo que le dijo a mi Francisco de Asís, "Reconstruye mi iglesia". El Cristo del santo que me llevo a mi primera conversión 13 años antes. 
No pude decir nada pero mis ojos comenzaron a llenarse de amor. Amor a ese niño que también ese día se desprendía de algo que amaba, amor a mi Francisco por decirme que nuevamente me acompañaba en el camino de vuelta hacia mi Dios y AMOR a mi Dios por crear tanta luz en sus hijxs y entre sus hijxs.
Baje de esa camioneta para entrar por la puerta de la hospedería que tantas veces había cruzado pero que nunca más volvería a cruzar como un simple huésped.
Fumé el último cigarrillo mientras miraba el camino que se perdía en arboledas y que llevaba a la ruta que conducía a la ciudad.
Miré la luna llena y las estrellas tan claras, pensé en mi madre, en mi padre, en mis hermanos (en uno en particular que llegó corriendo para despedirme en el bus que me llevaba al monasterio), pensé en mis sobrinxs que volvía a dejar y otra vez por Dios, pensé en mis exnovias y en mi ex novio, pensé en mis pacientes, en mis compañerxs, pensé en amigxs, pensé en todo lo que ya no haría y en lo que ya no iba a tener.
Me despedí por dentro de ellxs, como lo hiciera en esos 6 meses previos por fuera, pedí por cada unx, acabe mi cigarrillo y me metí dentro de la hospedería.
Llegamos después de haber acabado las Completas por lo que todo el monasterio estaba en semi oscuridad, solo en los pasillos estaban esas luces que iluminan el suelo. Para mi sorpresa me recordaron que ya no era un huésped, como a partir de ese momento no sería otras cosas, sino un postulante y debía dormir en un ala diferente del monasterio que no conocía hasta ese momento y que estaba reservado a las visitas de familiares y a los visitantes especiales. Solo por esa noche ya que a la mañana siguiente ocuparía mi celda en el dormitorio común (este monasterio fue construido antes del Concilio Vaticano II y por ende aún se construían los monasterios de esta orden con los planos originales del siglo XII y la reforma a la Orden efectuada 301 años antes del Concilio).
Ingresé sigilosamente al ala del monasterio, por su pasillo en semi oscuridad donde se distribuían 6 dormitorios para visitas especiales, y cogí el que me indicaron.
Deje mi pequeña maleta con todo lo que poseía en el mundo dentro del armario.
Miré por la ventana que daba a ese camino que minutos antes había estado contemplando y cuando ya no se escuchaba nada más que el silencio, necesité ir a saludar al Santísimo.
Ir a ver a ESE que me había seducido y por el cual todo en mí era un sentimiento de pérdida. Y rápido, porque las lágrimas ya comenzaban a brotar.
Así que me dirigí, sin apagar la luz, hacia la puerta. y cuando la abrí, gracias a la luz, vi la imagen de un santo justo enfrente de mi habitación, en un pequeño rincón. Encendí la luz del pasillo porque estaba seguro que mis ojos me engañaban y necesitaba ver mejor lo que al entrar no había reparado.
Esa imagen era de Francisco de Asís y, simplemente, rompí a llorar de gozo.
Hoy dejo aparcada la cuaresma. Lloro en el recuerdo y regreso a esa cuaresma solamente para gozar en Dios y alabar su Misericordia.
Hoy, el aún Hermano Cristiano, te dice: ¡ALABADO SEAS MI SEÑOR CON TODAS TUS CRIATURAS!


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