Para tener la firmeza de una roca para los demás, necesito pisar suelo firme. Debo saber quién soy y qué tengo para dar a los demás. Esta clase de constancia sólo se logra si tengo la disciplina de recargar mis baterías espirituales día a día. Las primeras horas de la mañana son las más apropiadas para recibir paz y amor de Dios mediante la meditación. Puedo entonces encarar mi jornada con un bagaje de sabiduría y amor, y con la certeza de que siempre estaré preparado para asistir a los demás en sus momentos de necesidad.
Si aprendo a gozar del momento presente y dar lo mejor de mí mismo en cualquier situación, evito llegar a sentirme hastiado de la vida. Cuando mi energía empieza a agotarse, basta con recordarme que debo gozar de cualquier cosa que haga y verter amor en todas mis tareas, para sentirme otra vez pleno de energía.